Me entregué a ti sin esperar tenerte. Me dejé venir en el peor momento.
El orgullo y nuestra poca insistencia han hecho de lo nuestro una bolsa de aire. Eso somos, nuestros cuerpos los recipientes y en el interior aire. Debiendo estar repletos de todos los símbolos del amor y solo hay aire. Un aire frío y pegajoso que no se calma ni con el mejor sol de julio.
Te notaba cerca de mi. Te dejaba actuar, te dejaba ser el protagonista.
Demasiadas ganas de seguir y todas acabaron en saco roto. Un saco con un enorme agujero negro por donde las ilusiones se fueron, por donde se nos escapó lo mejor de cada uno.
Te quise sin medir el peligro que eso conllevaba y me puse al lado de un precipicio a contemplar los increíbles paisajes. Normal que me relajara viendo tan enormes cielos y normal que, esperando a que llegaras a verlos conmigo, perdiera el equilibrio. Tropezarme con una piedra habría sido lo menos doloroso.
Perder el equilibrio porque me fallaran las fuerzas esperándote me dejó en la situación más difícil de todas, entre la caída y la resurrección.
Me quisiste queriendo y me diste lo mejor de ti. Me regalaste sonrisas y me premiaste con auténticos besos.
Pero qué poco queríamos avanzar si en cada velada veíamos el final.
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